Podría vivir en cualquier lugar del mundo, pero solo al volver al mar me doy cuenta de lo mucho que lo echaba de menos. Saber que siempre está ahí, sentarte en la playa a pensar, pasear con el perro, correr por la Rambla mirando el atardecer,... Montevideo es una ciudad en el mar, rodeada y que se atreve incluso a adentrarse en él. Es como un trozo de tierra que quiere ser isla, liberarse del peso del continente y flotar a la deriva. En la Ciudad Vieja (casco antiguo) mires a donde mires el mar está al fondo. A derecha o a izquierda, el mar. Y si te pierdes, baja cualquier calle hasta que llegues a la Rambla (paseo marítimo).
Aunque todo lo blanco tiene su negro y las ciudades costeras tienen el frío húmedo que empapa las sábanas, que se mete entre el abrigo y se instala justo encima de los riñones. Creo que es su lugar favorito. La humedad media anual de Uruguay oscila entre el 70% y el 75%; y, además de la bajada de temperatura de los riñones, provoca problemas peores, como el deterioro mayor de los edificios y su difícil restauración.
Como anécdota mi jefe (uruguayo) cuenta que cuando estuvo en Madrid el mes pasado podían dejar un paquete de patatas abierto durante tres días. Pero que, en Montevideo, a las tres horas al aire ya se han hinchado y están incomibles.
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