Este fin de semana hemos viajado hasta El Calafate, un pueblo de la Patagonia Argentina, para visitar algunos de los últimos glaciares que quedan en la Tierra. El Perito Moreno, el más famoso por sus desprendimientos y por encontrarse en equilibrio (que ni crece ni disminuye), el Upsala y el Spegazzini, el más alto de los tres. Los tres vierten al Lago Argentino, un lago azul intenso debido a las partículas minerales que flotan en sus aguas.
Enfrentarse a un glaciar es como mirar hacia un altar. De frente es como una ola o una riada petrificada, congelada en una foto que puede avanzar hacia ti en cualquier momento. Frío y olor a hielo. Inquietud y silencio de catedral. Silencio que se rompe cuando la masa de hielo ruge y se rompe en pedazos, en su interior, porque el centro avanza más rápido que los bordes; y en su exterior, cuando se caen los trozos de hielo al agua. Como un bestia enorme que espera dormida a que pase el invierno. Que respira. Que se mueve. Que late.
Pero aún la impresión es mayor cuando tienes la oportunidad de caminar sobre uno de ellos. Entonces te sientes como una hormiguita que camina sobre la nariz de un perro de aguas. Con los grampones bien atados a las botas subimos y bajamos pendientes de hielo, bebimos agua pura casi destilada de lagos naturales y saltamos grietas de casi 40 metros de profundidad. Una experiencia religiosa.
Cuando nos alejábamos en el barco, después de nuestra comunión con el agua y la tierra, una señora murmuraba con la mirada perdida: "¿Verán esto mis nietos?". Supongo que los nietos de la señora quizás sí porque tenía ya sus años, pero... ¿y los mios?
María, supongo que no hace falta que te diga la envidia que me ha dado leer este post verdad??Increíble!!ése creo que es mi gran sueño: la Patagonia, la oportunidad de encontrarte con la naturaleza tal cual, en toda su crudeza. Me alegro mucho de que tú lo hayas disfrutado. Y la entrada, me ha encantado!!qué bien escribes joía :-P
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